Reportaje



Historia Inédita de un Ciudadano
El centro de Medellín cobija ciudadanos únicos.


El final de un día…
Faltan 10 minutos para las 7 de la noche. Es el Centro de Medellín. El Parque de San Antonio es testigo de una conflictiva y estresante fila que se genera poco a poco en uno de los locales comerciales del sector. Son varias las personas que afanadas intentan ser atendidas lo más pronto posible, o mejor dicho, antes de que cierren.
La Cigarrería Lolita es reconocida por tener los precios más bajos para los clientes fieles. Sus públicos más constantes son los vendedores ambulantes y tenderos de la zona, quienes afirman que no encuentran los precios que allí les ofrecen en ningún otro lado.
“En un negocio donde el peso que sobra es la ganancia, hay que buscar la mayor economía, y si es posible, vender barato pero mucho”. Miguel Ramírez, oriundo de Barbosa, Antioquia, pero residente del Centro de la Ciudad desde hace 13 años, afirma estas palabras mientras forcejea para no dejar perder el puesto afortunado que conserva en la fila.
A las 7:05 PM, uno de los tenderos de Lolita se para a la vista de todos y con una fuerte voz avisa que sólo atenderán 10 personas más. Inmediatamente, y como sistema de rutina diaria, se cuentan las cabezas desde el primero de la fila hasta el cliente que se define rápidamente como el último. A partir de aquel afortunado, todos dan vuelta atrás, y como si la culpa fuera del destino, mencionan palabras típicas de la jerga paisa y salen caminando manoteándole al viento.
Miguel es de estatura promedio, ni muy alto, ni muy bajo. Su piel se ve un poco quemada por el sol y sus ojos reflejan la fricción que produce la vida de la calle.
Luego de ser atendido en Lolita, sale en busca de la paz que le brinda estar cerca de su hija de tres años y su novia.
“Es mejor venir y surtir para mañana a esta hora, porque mañana así madrugue mucho, la fila es muy aburridora.”
A las 8 de la noche Miguel está llegando a su casa. La Residencia Argentina, precisamente ubicada en la Calle Argentina, a dos cuadras de la Avenida Oriental, es un edificio viejo y de lúgubre apariencia. Su fachada expresa las ganas de publicar miles de acontecimientos que ha presenciado; la evolución de una Ciudad atacada por el desorden social, los vicios, las drogas y los excesos.
En una de las 28 habitaciones que componen la Residencia, está hospedado desde hace 8 meses Miguel con su familia.
Al llegar, le entrega a Diana Marcela, su novia, el “producido” del día. 18 mil pesos es la ganancia, sin contar que alcanzó a surtir para el siguiente día.
“El trabajo es duro pero si me quedo buscando otras cosas, encuentro son vicios. Niño, eso yo lo dejé, nada más de pensar en la carita de mi hija, me obligué yo mismo a salir adelante, por ellas, porque son honestas conmigo, y eso en la calle no se encuentra.”
Caminar por las calles del Centro de Medellín es saborear un sinfín de sensaciones instantáneas que recrean miles de historias inconclusas en segundos.
Desde el personaje aquel con diversas cortadas en su cuerpo por las riñas que genera la drogadicción, hasta el políglota que finalizó sus estudios en la universidad Pública más reconocida de la Ciudad pero que ahogó su conocimiento en vagos destellos de vocación cultural y desligada de la vida.
Todos estos ingredientes componen esta misteriosa urbe; la que oculta lo ilícito y lo cultural, lo arraigado y lo adaptado, la evolución del bien y del delito, y el estancamiento de quienes  entregaron la vida a dependencias materiales.
También es la ciudad de quienes se oponen a renunciar a un mundo que es bueno, sólo que no cualquiera resiste su ritmo. “La vida por acá es difícil, hay que estar atento a la gente, cualquiera es un ladrón, pero también somos muchos los buenos, y sobre todo, los cuerdos”.
Medellín es una selva de cemento que nada tiene que envidiarle a las grandes capitales de Latinoamérica. Huele a humo, sabe a presión y sus colores son realmente diversos, y cómo dice Miguel: “Aquí hay espacio hasta para el más rayado”.
Miguel Ramírez, ha finalizado por hoy su día.

El principio de un día…
Ni siquiera es necesario madrugar. Según Miguel Ramírez, a sus 23 años nunca ha tenido la necesidad de levantarse temprano para ir a trabajar. Como si fuera el gerente de su propia empresa, maneja su horario a gusto. “De que me afano… si hoy me va a ir bien, me va bien a la hora que sea, en esto nadie tiene horas buenas o malas”.
Luego de jugar con su hija un rato – esto me lo ha querido contar él – se dispone a embetunar sus zapatos hasta dejarlos brillantes.  “Los pasos que doy son limpios, por eso mis zapatos tienen que estar a la altura de mis pasos”.
Es medio día en la Avenida Oriental. En sus manos, Miguel lleva una caja de mediano tamaño al parecer llena con algo. Mientras transita por las concurridas calles, esquiva a las personas con su caja. Ahora la apoya sobre su hombro. El sol empieza a generar goteras de sudor en su cabeza mientras se dirige al paradero donde encontrará el bus que mejor le parezca.
Un viejo Dodge 74, de latas desgastadas y con sonido estridente, espera pacientemente entre la congestionada vía.  A los ojos de Miguel, este será el primer posible escenario de su show. Todo comenzará luego de que el conductor considere apropiado el número de pasajeros.
Con un movimiento casi perfecto, Miguel pasa por encima de la registradora del bus, su antesala es evidente  y no queda de otra que comenzar con su puesta en escena…

Un Discurso…
Mientras sostiene con una de sus manos la caja, mira a su público a los ojos, toma una bocanada de aire y se deja llevar por los gajes de su trabajo:” Buenas tardes señoras y señores, disculpen ustedes la molestia; soy un hombre que viene en busca hoy de conseguir el alimento para su hija, ya que en la calle no hay oportunidades, he pasado por cada uno de sus puestos entregándoles ese rico chocolate con maní, que tendrá un costo de tanto sólo $ 300 la unidad, los dos le valen $500”.
En este momento Miguel ha hecho la parte más difícil, la de aplicar las mejores herramientas de mercadotecnia callejera en un minuto, todo con el fin de convencer según él, aunque sean 10 pasajeros por bus.
Luego de agradecer al conductor por permitirle subir, Miguel se baja del bus 8 cuadras después. Vendió 6 chocolates. “Este es el arranque”.
A las 4 de la tarde la caja está vacía. Miguel vendió alrededor de 90 chocolates, entre calles transitadas, polvorientas y el ritmo de una capital, ha logrado su cometido del día. “La clave es no parar. Donde me bajo, ahí cojo otro bus de inmediato hasta que termine todo, y por eso a esta hora ya me puedo relajar”.
Su almuerzo es una presa de pollo de $1.500 que compra en una de las esquinas del Parque Berrio. Allí entabla conversación con el joven que lo atiende, pues para Miguel es sagrado ir en las tardes a aquel lugar, lo que le ha permitido durante varios meses, ir conociendo a la gente de los lugares que frecuenta.
“El centro es muy grande, vea por estos lados como es de diferente, se ve gente bien. En cambio ya pegando pa’ mi rancho la cosa cambia, la gente es extraña y camina con el bolso colgado hacia adelante, y sin embargo sigue siendo el Centro”.
Por hoy el discurso sigilosamente calculado ya dejó de funcionar. Ahora en su cabeza hace cuentas de lo que ganó y separa el dinero necesario para el surtido del otro día.

La historia que se contaba…
Mientras camina, observa con un detenimiento muy particular todo lo que las calles le muestran. Recuerda lo que fue hace algún tiempo, uno de tantos aquellos que la gente esquiva cuando se acercan, de esos que todos al verlo infieren que son pecadores, ladrones y drogadictos. Esas personas de la calle harapientas y mal olorosas, son un espejo que Miguel quisiera olvidar, pues fue uno de ellos. Su hija le cambió la vida.
Una noche en su pueblo natal – Barbosa – cansado de las golpizas que le daba su padrastro, habló con alguien en el pueblo para que lo dejara montar en un camión a cambio de cuidar la mercancía que traía. Así fue como en una noche, con lo que tenía puesto, Miguel llegó a Medellín.
No encontró refugio diferente a la calle, a lo que podía pedir y rápidamente robar. Conoció a aquellos que le ofrecieron lo malo, lo inevitable. Primero consumió marihuana, luego pegante y por último, bazuco. Su rostro refleja las ganas de salir de un pasado oscuro.
Con pasos firmes avanza hacia su destino, se dirige al Parque de San Antonio. Se guía por el recorrido del Metro. Va en busca de Lolita, la cigarrería concurrida del Centro.
El Centro de Medellín esconde historias inéditas, de hombres, mujeres y niños únicos, de vidas difíciles pero acomedidas, de personas que día a día están en busca de encontrar su Cigarrería Lolita.
“La vida me enseñó que lo barato sale caro o malo, por eso yo compro a $150 y vendo a $300”.

                 Miguel Ramírez.

Parque de san Antonio.


Escrito por Roberto Marín B.

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